Cuando todos saben de todo, nadie sabe de estrategia.
Por: Avidel Villarreal
Una de
las primeras pruebas que enfrenta un candidato, y que suele marcar el destino
de su campaña, es la conformación de su equipo. En ese momento crucial aparecen
los “todólogos” personajes que aseguran poder hacerlo todo, que se
autodenominan estrategas, operadores, comunicadores y hasta encuestadores.
Hablan con seguridad, prometen resultados inmediatos y venden experiencia que
nadie puede comprobar. En realidad, los “todólogos” suelen saber poco y nada de
cualquier cosa.
Designar
a un estratega general y definir el equipo de campaña no es una decisión
administrativa, es un acto político y de supervivencia. Hacerlo bien exige
resistir presiones de amigos, aliados o recomendados que buscan colocar gente
de sus confianzas. Un error en esto puede costar toda la campaña. Un estratega
improvisado es como un piloto sin entrenamiento, puede arrancar el avión, pero
difícilmente sabrá echarlo a andar.
Estos
personajes, tan comunes en la política latinoamericana, llegan con discursos
adornados de lugares comunes, consejos llenos de obviedades y una lista de
supuestos triunfos que nadie ha verificado. Ofrecen soluciones rápidas a
problemas complejos, pero carecen de método, de equipo y de resultados
comprobables. Hablan bien, pero ejecutan mal. Como escribió José Mujica, “el
que no sabe lo que hace, siempre termina haciendo lo que no debe”. Y ese es
exactamente el riesgo de los todólogos, carecen de la humildad técnica para
reconocer sus límites.
El costo de la improvisación
En una
ocasión conocí a un candidato que me dijo, con una mezcla de frustración y
resignación, “invertí más tiempo arreglando errores que haciendo campaña.”
Había confiado la conducción de su estrategia a un grupo de supuestos expertos
que le prometieron revolucionar su comunicación y convertirlo en tendencia estatal
en pocas semanas.
Al
principio, todo parecía ir bien. Llegaban con propuestas espectaculares, frases
rimbombantes y la promesa de hacer historia. Sin embargo, no había método, ni
estructura, ni una lectura seria del territorio. En menos de dos meses el
presupuesto se había evaporado entre videos sin propósito, giras desordenadas y
encuestas manipuladas.
Cuando
las cifras empezaron a desplomarse, los “todólogos” se esfumaron con la misma
velocidad con que habían llegado. Lo dejaron con un equipo desorganizado, un
mensaje disperso y la amarga sensación de haber sido víctima de su propio
entusiasmo.
Ese es el
verdadero daño de quienes asumen funciones para las cuales no están preparados,
solo consumen recursos, tiempo y energía en su propia improvisación. Un mal
estratega puede confundir liderazgo con ruido, táctica con ocurrencia y
diagnóstico con opinión. En política, la falta de método se paga con la
derrota.
El verdadero rol del estratega
Un
estratega político profesional no vende humo. Presenta credenciales,
trayectoria y una metodología verificable. Explica cómo llevará adelante el
proyecto, qué recursos humanos y tecnológicos tiene para hacerlo, y cómo medirá
los resultados. No promete milagros, propone rutas. No se ofrece como amigo,
sino como parte de una estructura que debe funcionar como reloj.
El
estratega no sustituye al candidato, lo potencia. Su tarea no es complacer,
sino ordenar. Diagnostica, propone, coordina y mide. Construye un sistema de
trabajo que transforma las ideas en acciones, los discursos en conexión
emocional y las encuestas en decisiones tácticas. Como diría Felipe González,
“la política sin método es puro voluntarismo”. Esa frase resume la diferencia
entre el profesional y el improvisado.
El equipo como reflejo del candidato
El tipo
de equipo que rodea a un candidato revela mucho de él. Quien elige a
profesionales competentes demuestra madurez y visión. Quien se rodea de
aduladores o amigos “todólogos” muestra inseguridad y dependencia. La política
no se gana solo con entusiasmo, se gana con estructura, datos, estrategia y
disciplina.
Por eso,
los equipos deben tener roles claros y competencias reales, investigación, comunicación,
territorio, logística, jurídico, imagen, redes, etc. Cada área exige
especialistas con trayectoria comprobada, no improvisados con buena oratoria.
Cuando todos opinan de todo, nadie asume responsabilidad de nada.
Conclusión: elegir con criterio, no por simpatía
Cada
campaña es un laboratorio de liderazgo. Y el liderazgo se demuestra también en
la capacidad de elegir bien. Los “todólogos” no solo fallan, hacen que otros
fracasen con ellos. Por eso, la lección es simple pero contundente, rodearse de
gente que sepa más que uno no es debilidad, es sabiduría.
En
política, como en la vida, la preparación es lo que separa a los soñadores de
los que transforman la realidad. Y en tiempos donde sobran los opinólogos
y escasean los estrategas, conviene recordar que las campañas se ganan con
conocimiento, no con ocurrencias.

