Por: Luis Rubén Maldonado Alvídrez 

Hace un
lustro el mundo entero estaba asustado por esta amenaza invisible que lo había
paralizado todo: la pandemia de COVID-19. El proceso interno del Partido
Demócrata de los Estados Unidos se veía, en ese entonces, atrapado por la
aparición de la enfermedad y las dudas que surgían: detener o no las primarias
para elegir candidato a la presidencia para enfrentar a Donald Trump.

Más al sur,
en el Caribe, un país decidió no detener su proceso electoral: República
Dominicana. Estaban en disputa cargos legislativos y la presidencia nacional.

Originalmente,
según la legislación dominicana, dichos comicios se llevarían a cabo el domingo
17 de mayo de 2020. Debido a las condiciones de incertidumbre que generó la
pandemia, la máxima autoridad electoral dominicana, decidió postergar el
proceso electoral para el domingo 5 de julio, como medida para salvaguardar la
salud de la población por la pandemia de COVID19.

Así, las y
los dominicanos fueron a las urnas julio de aquel año de la pandemia, previo a
ello, vivieron la primera campaña electoral bajo la sombra del COVID19, la cual
enfrentó muchos retos, algunos he conocido de primera mano de la voz de uno de
los protagonistas silenciosos de aquella singular experiencia: Mauricio De
Vengoechea.

El
colombiano De Vengoechea fue el estratega del entonces candidato de la alianza
conformada Partido Revolucionario Moderno y otros seis partidos Luis Abinader y
de su compañera de fórmula Raquel Peña. En aquel momento, ambos representaban
la oposición al oficialismo.

Según
compartió De Vengoechea en la pasada Cumbre de Comunicación Política en Punta
Cana, “era obligado hacer un contraste entre el perfil de Abinader con sus
oponentes más fuertes para distinguir que ellos eran el pasado y Abinader, el
cambio, el futuro”.

Y con
investigación en mano, De Vengoechea y su equipo comenzaron manos a la obra
para construir la imagen pública del candidato: un empresario de abolengo con formación
de posgrado en los Estados Unidos con ideas innovadoras para modernizar a la
República Dominicana, frente a dos “políticos de siempre”: un exministro del
oficialismo y a un (varias veces) expresidente de la nación.

Desde lo
visual hasta su discurso, Abinader personificó la necesidad de cambio frente a
sus opositores. Es decir, Abinader representaba el futuro, sus oponentes, el
pasado. Con el ingrediente sazonador: el candidato cayó preso del COVID19 y
estuvo fuera la mitad de la campaña. Por lo que, el trabajo en tierra fue
fundamental para hacer campaña sin candidato.

“El cambio
no es un eslogan, es una responsabilidad continua”, nos compartió De Vengoechea
a los presentes en su conferencia sobre el caso de Abinader en el 2020.

A cinco
años de aquella elección, y ya reelecto en el 2024, Abinader tiene frente a sí,
el enorme reto, desde el gobierno, de seguir comunicando modernidad, que el
cambio está dando resultados y que falta por hacer en los años que le restan a
su mandato.

Sin
embargo, la realidad alcanza a Abinader y a cualquier otro gobernante con
tiempo acumulado en el poder: el efecto novedoso se diluye, dejan de ser cosa
del futuro y se vuelven (inevitablemente) tema del pasado. Y se deja un vacío,
cuando se deja de ser “la novedad” y alguien lo llenara; así como cuando
alguien deja de ser cosa del pasado (por más a pasado que huela) y se convierte
en “lo nuevo”.

Cosas de la
vida y la política.

Abinader es
un caso que expongo, en esta ocasión, porque debe orillar a las y los políticos
mexicanos con aspiraciones políticas en el 2027 a reflexionar.

La mitad de
las entidades federativas mexicanas renovarán sus gobiernos en el 2027, muchos
alcaldes y alcaldesas quieren dar el gran salto para convertirse en
gobernadores o gobernadoras de sus estados. Algunos de ellos y ellas, fueron
electos en 2021 bajo la bandera del “cambio”. Como lo hizo Abinader en
República Dominicana o Vicente Fox en México por el año 2000, incluso López
Obrador en el 2018.

Posteriormente,
pasaron la aduana de la reelección en el 2024 y eso los pone en el arrancadero
para buscar ser candidatos o candidatas a las gubernaturas de los estados.
Pero, con un agravante: el poder desgasta y el tiempo va erosionando el efecto
de “novedad” y de “cambio”. Al final de cuentas, cuando ellos o ellas, lleguen
a ser candidatas o candidatos ya tendrán seis años como alcaldes o alcaldesas y
pueden ser atacados, desde la oposición, como ellos lo hicieron: tildarlos de
ser temas “del pasado”, “más de lo mismo” y utilizarlos como combustible
político para encender la necesidad del “cambio”.

¿Ya estarán
pensando esas personas que hoy son alcaldesas o presidentes municipales cómo le
van a hacer para impulsar su narrativa ante la potencial amenaza que implica
ser “cosa del pasado”?

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