La dictadura del pensamiento correcto
Por Christian Giovanny Olalde Alfaro
He tenido la oportunidad (y a veces también el reto) de estar presente en muchas conversaciones: en relación personal, amigos, familia, colegas, en redes sociales, en debates políticos, en reuniones comunitarias. Desde las más simples hasta las más complejas. Y hay algo que me ha quedado claro: cada vez es más difícil opinar diferente sin que eso signifique un conflicto, se ha vuelto un “si no piensas como yo, estás en mi contra, me estás atacando, inválidas mi forma de pensar.” Y no, por ahí no va la cosa. La intolerancia se ha vuelto enfermiza y aquellos que predican ser cultos, se han vuelto en esclavos de sus ideas, cayendo en el fanatismo, en donde el cuestionamiento, no es válido.
Parece que la diferencia de pensamiento, en lugar de sumar, se ha vuelto un riesgo. Y eso debería preocuparnos.
Si para este punto no te sentiste atacado y aún te sientes con la apertura de seguir leyendo, aquí comparto algunas reflexiones que he ido construyendo con base en lo que he visto, vivido y analizado. No desde el juicio, sino desde el deseo de entender lo que nos está pasando como sociedad:
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1. Hemos convertido el diálogo en una guerra.
Ya no se trata de compartir ideas, sino de imponerse. Muchas veces, quien piensa diferente es visto como enemigo. Si no repites el discurso “correcto”, automáticamente estás del “lado equivocado”. ¿En qué momento dejamos de escuchar para empezar a atacar?
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2. Lo que incomoda no es lo que se piensa, sino el hecho de pensar.
Cuestionar algo que se ha viralizado, aunque sea con respeto, se interpreta como una agresión. Se ha perdido la línea entre el desacuerdo y el ataque. Y eso es peligroso, porque bloquea la posibilidad de crecer en el diálogo.
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3. Hay personas que hoy prefieren callar.
Y no porque no tengan argumentos, sino porque temen ser señaladas, ridiculizadas o canceladas. El miedo ha sustituido a la conversación. Y cuando una sociedad se acostumbra a callar para no incomodar, se vuelve frágil.
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4. Las ideas dejaron de ser ideas: se volvieron banderas.
Ya no discutimos lo que pensamos, sino lo que representamos. Y eso convierte cualquier opinión en un campo minado. Cambiar de opinión se ve como traición. Guardarse un punto de vista se interpreta como cobardía. ¿Dónde quedó la libertad de pensar, de replantear, de dudar?
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5. Hoy es más fácil romper que dialogar.
Amistades que se terminan por política, familias que se fracturan por ideologías, equipos que se dividen por no compartir la misma causa. Todo se ha vuelto personal, incluso lo que no debería serlo. Y eso nos está aislando.
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6. El pensamiento crítico está siendo reemplazado por el pensamiento condicionado.
La consigna no es: “entiende y reflexiona”, sino: “adopta y repite”. Quien duda es incómodo. Quien pregunta, peligroso. Pero sin preguntas no hay evolución. Sin debate no hay democracia. Sin contraste no hay verdad.
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7. No olvidemos que el problema no es pensar distinto, sino no saber convivir con la diferencia.
No se trata de que todos estemos de acuerdo, sino de que sepamos escucharnos sin anularnos. La empatía no es ceder, es comprender. Y eso hoy nos hace muchísima falta.
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8. Hay personas que ya no dialogan, solo predican.
Están tan atrapadas en una sola idea que ya no escuchan. Solo repiten, señalan, corrigen. No aceptan preguntas, no permiten matices, no reconocen otra forma de ver la vida. Lo que empieza como pasión, termina como fanatismo.
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Si no recuperamos la capacidad de hablar entre quienes pensamos distinto, lo que nos espera es una sociedad fragmentada, encerrada en burbujas, alimentada solo por lo que ya quiere escuchar.
Pensar distinto no debería ser un problema. Debería ser el punto de partida para construir algo mejor.
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