Democracias en movimiento: lecciones de América Latina rumbo a México 2027

Por Jorge Camacho

México, Guatemala, Ecuador, Argentina. Estos países comparten una arquitectura democrática formal, pero enfrentan fragilidades estructurales similares: desconfianza ciudadana, polarización, y presiones sobre sus instituciones. Ninguno representa hoy un modelo ejemplar, pero todos son laboratorios vivos donde se redefine qué significa gobernar democráticamente en América Latina. Cuatro escenarios con contextos diversos, pero unidos por una misma urgencia: redefinir la forma en que se accede y se ejerce el poder. 

Desde mi perspectiva estos 4 países tienen un valor estratégico fundamental, desde mi particular punto de vista y como constructor de narrativas democráticas. Por lo pronto tengo 4 puntos]:

  1. Porque comparten una raíz histórica y democrática común, pero transitan crisis distintas.
  2. Porque el aprendizaje estratégico se potencia en la diversidad.
  3. Porque Latinoamérica enfrenta dilemas comunes, pero con respuestas dispares.
  4. Porque ayuda a reconstruir el mapa del liderazgo democrático contemporáneo.

No existe hoy un “modelo ideal” de gobierno democrático. Lo que hoy vivimos son micro modelos adaptativos, y comparar casos permite revelar qué liderazgos conectan con la ciudadanía, qué narrativas movilizan, y qué estructuras institucionales son resilientes.

México, rumbo a 2027, enfrenta el reto de no solamente elegir nuevos liderazgos, sino de replantear la estrategia política como vehículo de conexión con una ciudadanía más escéptica, más demandante y menos predecible.

Es innegable que Morena se ha consolidado como la fuerza política con mayor arraigo en el país. Su capacidad de movilización territorial, su manejo simbólico del discurso y su vínculo emocional con sectores amplios de la población le otorgan una ventaja estratégica. Sin embargo, esa fortaleza no debe confundirse con omnipotencia.

Los ejemplos de Guatemala y Ecuador nos muestran que incluso los proyectos más consolidados enfrentan desgaste, disenso interno y nuevos desafíos ciudadanos. 

El gran ausente en este momento no es un partido en particular, sino una oposición con estrategia contemporánea. No hay narrativa, no hay agenda, no hay brújula. Lo que predomina es la reacción tardía, la crítica sin propuesta, y un revival de fórmulas que la ciudadanía ya dejó atrás. La oposición mexicana está presente, pero desconectada.

La mayoría de los actores políticos que son opositores siguen anclados en esquemas del pasado, incluso algunos que pertenecen al partido en el poder siguen con las mismas prácticas, giras sin propósito, el spot genérico, discurso vacío y dependencia de estructuras partidistas en el mejor de los casos oxidadas y casi en la realidad duplicadas o vendidas.

La estrategia efectiva demanda lectura viva del electorado. No basta con encuestas. Se requiere una etnografía política profunda: comprender aspiraciones, miedos, contradicciones del votante real. La construcción de una narrativa con propósito dejando de girar en torno al “no soy como ellos”. El mensaje debe responder a una pregunta¿Qué futuro estás dispuesto a construir conmigo?

Hoy la inclusión de tecnología de punta es fundamentan en todos los terrenos, el territorio y tecnología deben estar integrados, la calle no puede ir por un lado y estrategia digital por otro. Necesitamos modelos híbridos de movilización, donde los activistas digitales hablen el mismo lenguaje que los brigadistas a ras de suelo, se requiere de equipos con método, no solo lealtad y en este sentido es fundamental desprogramar viejos hábitos políticos. Ni la guerra sucia, ni la sobreproducción mediática, ni el culto al ego resuelven. Lo que mueve hoy es la autenticidad, la empatía y la consistencia.

La democracia, como la estrategia, es un ejercicio vivo, en este contexto, no se trata de repetir fórmulas ni de prometer milagros. Se trata de diseñar campañas que escuchen, entiendan y respondan al electorado, en sus propios términos. La ciudadanía ha cambiado. El poder que no cambia con, ella está condenado al descrédito.

México no necesita salvadores. Necesita estrategas con oído social, candidatos con causa y equipos con método. La oportunidad está ahí. Solo falta quien quiera hacerla realidad con seriedad, inteligencia y visión de país.

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